En 1989 cayó el Muro de Berlín, nació Taylor Swift, se estrenó La sirenita y llegó el primer episodio de Los Simpson. El impacto en la cultura pop fue tal que no nos hemos recuperado desde entonces. Hacia el final de la Guerra Fría, y en paralelo al Renacimiento de una Disney que terminaría por absorberla, esta serie animada cosechó un éxito inmenso aun partiendo de una actitud áspera y combativa. Al menos esa era la intención cuando se había dado a conocer en forma de cortos dentro de El show de Tracey Ullman, con una animación desaliñada a rebufo del cómic underground que llevaba en fluctuación desde los 70.
Aún así ya en 1988, antes de debutar propiamente como serie, la joven maquinaria de Matt Groening había creado a Milhouse solo para que Bart pudiera hablar con alguien de lo mucho que le gustaban las chocolatinas de Nestlé. Los Simpson iba a estar cómoda en la prosperidad tardocapitalista de los 90.
«La serie solo podría haber sido definida como punk entre los cortos y la primera temporada. Luego, cuando Bart se convierte en una estrella durante la Guerra del Golfo, la serie logra ser muy contracultural a la vez que muy mainstream». Habla Juan Damián Pardo (Sevilla, 1995), que no llegó a vivir ninguno de estos acontecimientos y aún así, como millenial con acceso a Twitter, no entiende su vida ni su sentido del humor sin Los Simpson.
Por eso ha escrito Los Simpson nunca acabarán: Historiografía crítica de una serie que cambió la televisión (Applehead Team). En este ensayo se ha propuesto dar con la aproximación más completa posible al fenómeno, recopilando su historia pero también contextualizándola a cada paso, tanto en el marco de la animación estadounidense como en la reflexión de sus significantes sociopolíticos.
En ese sentido no duda en comparar a Groening con figuras estilo George Lucas o Stan Lee: creadores cuya gran aportación, más allá del trabajo que desarrollaran junto a otros artistas nunca tan reconocidos como ellos, fue la instintiva modulación de un merchandising que apuntalara el naciente imperio.
«Los Simpson no solo se vendió el capital, estaba deseando hacerlo», asegura Pardo, «y bajo control de Disney solo ha hallado otras formas». Los cortos de Maggie representan el escenario resultante de que Disney comprara 21st Century Fox en 2019, y el triunfo de Disney+ pasara a depender de ofrecer un lugar donde seguir viendo episodios repetidos.
Los millennials españoles se habían quedado sin su ración del mediodía en Antena 3, así que el streaming acudía al rescate. Y aseguraba la pervivencia de un fenómeno único, que con sus 35 temporadas (y subiendo) ha ido dejando atrás una década de la que parecía inseparable.
¿Una serie emblemática de los 90?
«De Los Simpson se dice que ha quedado muy anticuado su reflejo de los 90, con el padre que trabaja y la madre ama de casa, pero eso tampoco era especialmente común en los 90». Pardo atribuye ese retrato familiar tanto a un comentario sobre la sitcom ochentera (de Los problemas crecen a El show de Bill Cosby) como a un recuerdo de lo que los guionistas pudieran haber vivido durante su infancia: por eso Bart porta monopatín y tirachinas y remite a la apariencia de ese Daniel el travieso creado casi cuatro décadas antes del nacimiento de Los Simpson.
«Sin embargo, Los Simpson se ha quedado con un tono propio que todo el mundo entiende sin que tenga que entender la parodia. Es algo que podría recordarnos a lo que ocurre con El Quijote», apunta sin ánimo de hipérboles, «en cuanto a ese referente de las novelas de caballerías de su época que no afectan a la lectura actual».
Lo curioso de Los Simpson, por otro lado, es que esta respuesta a series previas se ha ido prolongando por otras vías, perdiendo aún más de vista el referente. «A su vez Padre de familia es una sátira de Los Simpson. Quizá sea algo sintomático de la cultura popular, que las cosas se vayan respondiendo unas a otras mientras se olvidan de lo que respondían originalmente».
Akira Kurosawa basó sus samuráis en el western de John Ford. Sergio Leone basó el spaghetti western en los samuráis de Kurosawa. Y estos samuráis, a su vez, cimentaron el universo de Star Wars. Con tal baile de referentes estos acaban quedando irreconocibles, y Pardo destaca que la fascinación por la televisión de los personajes también puede remontarse a esa época… si bien estaba volviendo en los 90. Beavis y Butthead comentaban videoclips de la MTV en paralelo a que la familia Simpson disfrutaran en la pequeña pantalla de Rasca y Pica o McBain.
Los Simpson también introdujo esto: las parodias de programas de televisión, nuevas oportunidades de gags que Padre de familia llevaría a la máxima potencia. Dicha sucesión de significantes, en paralelo al merchandising y obras asociadas (Pardo presta atención especial a las publicaciones de Bongo Comics), contribuyó no tanto a reflejar los 90, como a configurar una imagen de los mismos.
«Los Simpson definen los 90 antes de que existan los 90. Pensamos que Bart es muy noventero, pero los chavales no iban con tirachinas en los 90 por EE.UU. Lo que ocurrió con él además es que Groening quiso que no tuviera catchphrase propia, sino que se limitara a copiar otras catchphrases de la tele».
Como el «cowabunga», como el «ay caramba». La imagen de los 90 fue creada a través de reciclajes irónicos, siendo Los Simpson tan determinante en la operación que no le quedó otra que ser considerada preventivamente en España como «serie emblemática de los 90»: así la erigía El País en un artículo… de 1994.
La Simpsonmanía no llegó aquí de forma tan fulminante como en EE.UU. Originalmente se emitió en La 2 correspondiendo al ímpetu contracultural de la época Tracey Ullman y más tarde, en 1998, arribó en esa mítica franja horaria de Antena 3: la responsable de que tantos espectadores puedan recitar de memoria los mismos diálogos de los mismos episodios de las mismas temporadas.
La importancia del doblaje
«A la generación millenial le ha tocado en España el momento de mayor machaque: cuando emitían en una cadena abierta, a un horario concreto, y repitiendo capítulos eternamente». Para Pardo, las circunstancias de la emisión de Los Simpson entre finales de los 90 y los 2000 han sido vitales para generar este agotador background común, de un modo que nunca podrá replicarse para espectadores posteriores.
«La generación Z ve mucho menos Los Simpson, pero es que aunque no fuera así la forma de consumir ha cambiado tanto que sería imposible que uno de sus miembros tuviera grabado en el cerebro ‘seguro dental’. En primer lugar, porque Última salida a Springfield lleva sin emitirse en abierto 14 años».
«Esta persona tendría que haberlo visto en Disney+ por voluntad propia siete u ocho veces para que pudiera acordarse tanto como un espectador casual de 2004 simplemente por tener la tele puesta mientras estaba comiendo». El escritor asume aún así que Los Simpson puede «apelar a cualquier generación», pero que los hábitos de consumo son insoslayables y en el caso español se retroalimentan con otra variable: el doblaje. Representado originalmente por Carlos Revilla como la voz de Homer, y argumento común en ciertos círculos tanto para defenestrar la versión latinoamericana como para calibrar un punto de inflexión de cara a la eterna pregunta: cuándo Los Simpson dejaron de molar.
Parece que ocurrió en torno al año 2000, cuando Carlos Ysbert sustituyó a Revilla tras su fallecimiento. «El doblaje español fue en efecto muy bueno… para España», explica Pardo. «A veces se dice que el doblaje español es mejor que la versión original, pero se debe a cómo se ha ido enfocando hacia el público objetivo de España: es un doblaje que añade palabrejas como ‘hipoglúcidos’ y donde Revilla crea al principio un humor mucho más calmado que el de Dan Castellaneta (voz original de Homer). Por eso en España hemos notado cierto salto del humor clásico al humor chillón: Ysbert replica la tonalidad de Castellaneta, mientras que Revilla le daba un tono en general más sosegado a Homer».
«Más allá de eso, sin duda el doblaje ha ayudado a que la serie encaje más en España». Pardo recuerda que «en los 90 se hacían muchos doblajes con referencias patrias, estilo Sabrina, cosas de brujas o El príncipe de Bel-Air», pero Los Simpson apenas cayó en eso. Con lo que garantizó su atemporalidad. Así como una homogeneidad durante su etapa clásica, antes del cambio de Homer, que lograba enmascarar los numerosos cambios que la serie estaba experimentando entre bambalinas.
Los de detrás de Groening
La estructura de Los Simpson nunca acabarán es sencilla, pero quizá sorprenda al lector. Más allá de capítulos-puente donde Pardo examina otros temas relacionados con la serie, el repaso de las temporadas como tal se articula según los showrunners que haya al cargo a cada momento. Fue una decisión meditada. «Cada episodio de Los Simpson suele tardar unos seis o siete meses en hacerse. Con lo que, si se hacen 22 episodios al año como suele durar cada temporada y se hacen uno detrás de otro, te quedas solamente con dos semanas para escribir y producir. La conclusión es que hay gente en Los Simpson que lleva 35 años sacando un episodio cada 15 días: una máquina bastante desquiciada».
«¿Y en quién recae toda esta responsabilidad? En el showrunner. Por eso quise dividir el libro según la etapa de cada showrunner. Al principio de la serie solían cambiar cada dos temporadas, hasta llegar a la 13 que es cuando una misma persona, Al Jean, se queda durante 20 años… con los problemas de estancamiento tan conocidos».
A Pardo le interesaba analizar la serie «desde una figura creadora». «Sin dejar de seguir unos patrones, la serie sí tiene unas sensibilidades concretas dependiendo de las temporadas en que esté cada showrunner. Los Simpson es una de las series cómicas donde mayor importancia tiene esta figura».
«Una de sus grandes particularidades era el puesto tan curioso que tenía James L. Brooks en la industria durante los 90». Gracias a este productor y cineasta, vinculado a la serie desde el principio, «los ejecutivos de Fox no podían inmiscuirse en nada».
«Eso le daba un poder tremendo al showrunner, algo que en otras cadenas no pasaba normalmente pero que luego se ha reivindicado. Sobre todo a partir de HBO y Los Soprano a principios de los 2000, pero Los Simpson ya hacía eso cuando no era tan común en las series de comedia. Mucho menos en la animación».
Pardo reconoce que esta ha acostumbrado a ser una preocupación del fandom, capaz de distinguir guionistas favoritos. Y en ese sentido no oculta una preferencia clara: Bill Oakley y Josh Weinstein, responsables de las temporadas 7 y 8 en 1995 y 1996. «Estas temporadas equilibran los encadenados de gags de temporadas anteriores con un deseo por que los capítulos tengan una narrativa más cuidada. La 7 se centra mucho en darle voz a toda la familia», sostiene en oposición a lo ocurrido con la fase de David Mirkin, «donde había una clara obsesión por Homer». «Y luego la 8 se centra en destruir la serie por dentro».
«Es la temporada de Frank Grimes, que viene a quejarse de que la serie no tiene sentido. La temporada de Poochie, de las ‘series secuela’, de indagar en secundarios como Lovejoy o Flanders. Se pone meta y se analiza a sí misma. Para mí es el ideal de la serie», concluye. Desde entonces Los Simpson habría lidiado con todo tipo de circunstancias que rebajarían el ingenio y la capacidad para superarse a sí mismos, empezando por algo tan sencillo como que, en los 7 años transcurridos desde 1989, a la familia amarilla le había salido competencia.
Los Simpson en el siglo XXI
Primero fueron South Park y El rey de la colina. A finales de los 90 la primera llevaba la sátira del modo de vida estadounidense a sus extremos más nihilistas, mientras que la segunda optaba por un talante más bondadoso. Apartando de la balanza producciones derivadas de Los Simpson como El crítico o Futurama, luego llegó el bombazo de Padre de familia, y con él una explosión proporcional en toda la animación así llamada «para adultos». Hay quien cree que la supuesta decadencia de Los Simpson se debió a esta afloración de títulos, intentando responder y cambiar según lo que parecía demandar la época.
¿Es lo que ha hecho en los últimos años, con nuevos fenómenos como Rick y Morty o BoJack Horseman? «A Rick y Morty no ha llegado a responder y acertadamente, creo. Es consciente de que no debe ser Rick y Morty, aunque sí aspira a ser BoJack Horseman. O Bob Burgers. En su día Los Simpson era mejor serie que todas ellas, pero actualmente sabe que es a lo que debe aspirar». Sobre la relación neurótica con Padre de familia, a la que Los Simpson habría intentado parecerse llegado el momento, Pardo replica que «las fechas no encajan del todo». «Las cosas que Los Simpson copia de Padre de familia ya estaban antes y llegaban de forma natural en un momento de desgaste. Los Simpson ya parecía desagradable antes de que Padre de familia fuera popular».
Las sucesivas reacciones a lo que se estaba cociendo en la animación estadounidense no parecen tan importantes, pues, como la respuesta a cambios más profundos, de alcance social. Pardo presta gran atención en su ensayo a la representación de minorías a lo largo de Los Simpson, contando con la asesoría de la cómica trans Elsa Ruiz (que firma asimismo el prólogo) o con el Observatorio de Diversidad en los Medios Audiovisuales (ODA). Con respecto a la comunidad LGTBIQ+, Pardo destaca como hitos el episodio Homerfobia en 1997, o Casarse tiene algo en 2005. Aunque este no lo sea por los mejores motivos.
«El capítulo de las bodas gays se posicionaba en una época donde el matrimonio homosexual era legal en pocos lugares de EE.UU. Sin embargo también echaba mano de muchos recursos tránsfobos», apunta en relación a la trama de Patty, que revelaba ser lesbiana y su intención de casarse con una mujer… para que al final esta resultara ser un hombre disfrazado de cara a medrar en competiciones deportivas. Pardo confirma que Los Simpson siempre ha tenido un talante progresista, sin que esto le impida haber contribuido a crear estereotipos dañinos o no saber aceptar las críticas. Ambas actitudes confluyen en El problema con Apu.
Hari Kondabulu dirigió este documental en 2017, examinando cómo el dependiente del Badulaque había estigmatizado a la comunidad hindú en EE.UU. Las consecuencias en el desarrollo de Los Simpson fueron algo confusas: por un lado los responsables parecieron cerrarse en banda, y por otro el personaje dejó de hablar ante la negativa de Hank Azaria a seguir dándole voz. «La serie tardó dos años en anunciar oficialmente que Apu se había retirado mientras Apu ya no hablaba, porque los creadores aseguraban entonces que no había ningún problema con Apu».
A Pardo esto le recuerda a algo reciente: cuando los medios se hicieron eco de que Homer había dejado de estrangular a Bart y James L. Brooks aseguró poco después que «nada está siendo suavizado». Pero la cuestión era que en los últimos años no había pasado ni una sola vez, y de hecho la noticia había salido por un chiste autorreferencial que Homer hacía sobre eso. «Es una serie a la que le gusta ser progresista, pero se molesta cuando le echan en cara que no lo es». El gran detractor de Apu cuando el personaje fue creado, de hecho, había sido el propio Groening. En los 90 se quejaba de que era una caricatura demasiado obvia.
Pero entonces, ¿cuándo se estropeó todo?
La cuestión es que, sí, todo apunta a que Los Simpson ha cambiado. Para bien, porque la sala de guionistas que históricamente excluía a mujeres apuesta por fin por la diversidad, y para mal porque… en fin, todo el mundo asume que los mejores días de Los Simpson han quedado atrás. El momento exacto en que pasó es difícil de precisar, aunque Pardo sugiere que nos fijemos en el comportamiento de Homer.
Es cierto que «cuando Homer es gracioso le perdonamos mucho», pero en la temporada 11 se vuelve un auténtico «cretino» y esto afecta enormemente a Los Simpson. Más que nada, porque «Homer es el único personaje que habla en todos los capítulos» y si no es el protagonista le suelen dar una subtrama.
«Cuando Homer no funciona, la serie no funciona», afirma el escritor. «Hubo un enamoramiento en la versión original con Castellaneta, con que chillara y pusiera voces. Es muy cómodo escribir a alguien tonto y chillón, y a la audiencia al principio le hacía mucha gracia», admite, «pero al final la inercia es la fuente de muchísimos males porque tiras de lugares comunes y cosas que funcionen».
«Lo maravilloso de Los Simpson en sus primeras 10 temporadas es que, con todo el volumen de trabajo que los guionistas tenían, nunca daba la sensación de que se repitieran recursos. El momento en que empezamos a ver que algo no iba bien fue cuando se empezaron a ver muchísimos recursos repetidos».
«No solo gags, sino tramas enteras: Homer encuentra un nuevo trabajo, Bart se echa novia, Homer y Marge se pelean…». En sintonía a este aire repetitivo, la emotividad se fue perdiendo. Pardo cree que esto pudo ser una respuesta a los 2000 y da con un ejemplo claro: Milhouse ya no vive aquí, episodio emitido en febrero de 2004. «Tiene un final con Bart y Lisa que podría haberse escrito para la temporada 3 o 4, pero justo después resulta que es un final aparecido en una pantalla del Museo de la Televisión, con una guía que nos explica ‘este es el típico final emotivo que triunfaba en la televisión de los 90’. De repente habían perdido la confianza en que los espectadores conectáramos con algo así».
«La serie fue a peor entre la temporada 10 y la 11. Y diría que también hay otra bajada importante luego de que se estrene la película en 2007». Los Simpson: La película fue un previsible taquillazo, pero también el final de la serie en cuanto a fenómeno social capaz de marcar generaciones: la estandarización del reinado de Jean (con episodios tan recordados, en el peor sentido, como La hoguera de los manatíes) se encargó de esto más allá del trauma por el cambio de doblaje en España. Y aún así…
Los Simpson nunca acabarán termina con una nota positiva. Porque, por primera vez en 20 años, «hay un intento de hacer algo distinto». «Quizá porque la serie ha llegado a Disney+ y hay una consciencia de que el público va a ser masivo. De pronto hay una intención clara de cambiar la serie de arriba abajo, y de escuchar a los fans. En ese sentido es interesante porque es una política diferente a la que había antes: la que explica que Al Jean se haya mantenido dos décadas en el puesto, por ejemplo. Gustara más o gustara menos, la serie seguía funcionando en audiencia, así que por qué iban a cambiarla».
«Lo cierto es que ahora existe un empeño por llevarlo todo de vuelta a un tono parecido a la era Oakley/Weinstein. La narrativa se ha vuelto central. Es algo que ahora mencionan mucho los guionistas: quieren que cada escena aporte algo a la trama o la impulse hacia algún lado», prosigue el escritor. «Casi la mitad de los capítulos de las últimas dos temporadas, de hecho, acaban sin gags: prefieren hacerlo con un momento emotivo».
Existen motivos para creer en efecto que esa serie transversal a generaciones y a distintos modos de entender la animación aún tiene mucho que decir. El recorrido que Pardo realiza en torno a ella no puede ser más exhaustivo (así como apoyado en un admirable trabajo de planificación, pionero en España y prácticamente en cualquier parte del mundo), pero lo mejor que se puede decir de él es que, quizá, todavía le queda mucho camino por delante.